Amanece pronto el 3 de noviembre sin dianas en las afueras del palacio presidencial. Oh Patria tan pequeña, tendida sobre un istmo donde han prevalecido intereses partidistas por encima de la necesidad de reducir la brecha digital que margina a estudiantes menos privilegiados. El egoísmo alimentado por una ambición desmedida nos ha guiado a violarte sin compasión engendrando monstruos como la corrupción que nos agobia todos los días. Esa misma ambición que desgarra tanto más porque desnuda la desigualdad que respiramos en cada esquina, atónitos, callados.
Revuelvo la mirada y a veces siento espanto al no entender cómo sobrevive una democracia endeble rodeada de instituciones mancilladas. Esa democracia que lleva en su esencia el desprendimiento de nuestros propios y particulares intereses para ceder al beneficio de las mayorías. Cómo subsiste la democracia cuando miles de panameños no llegan a la quincena sin pedir prestado al usurero para llevar sustento a sus casas?
La palma rumorosa, la música sabida, el huerto ya sin flores, sin hojas, sin verdor. La Patria hoy no nos permite seguir atados al modelo económico de Milton Friedman que medía la vida entera por las ganancias generadas por una empresa a como diera lugar. Esa idea falsa de progreso que se impuso por 50 años y que daba pie al mundo artificial de la deuda exagerada para aparentar en el carro último modelo o, peor aún, que vanagloriaba a los grandes capitanes de industrias por destruir el manglar, el bosque, el campo con su sed inagotable de avanzar.
La cobardía moral al aceptar la convivencia cómoda con corruptos no tiene justificación posible y la Patria lo siente, lo sufre con su gente. Mucho ha sonado la famosa solidaridad como la actitud salvadora pero hoy la patria grita sin cuestionarnos qué estamos dispuestos a dar o a donar si no qué estamos dispuestos a perder? Estamos dispuestos a perder la paz en nuestras calles o la libertad de expresar nuestros pensamientos? Porque pareciera que hacia ese oscuro lugar nos dirigimos. Hoy procuremos apreciar el viejo tronco donde escribimos una fecha, donde robamos un beso, donde aprendimos a soñar.
La Patria es el recuerdo pedazos de la vida que no acepta la caída sin el intento de levantarse. Quebrarse, fracasar y no sanar es aceptado por esta franja de tierra noble que hoy nos mira triste y golpeada por leyes populistas que atentan contra su integridad en medio de una administración de justicia que hace fácil colocarla en listas multicolores donde se le juzga sin preguntar, sin razonamiento alguno.
Repican campanas de alerta ante el fin de las suspensiones de contratos, la incertidumbre en el sistema bancario y la crisis sanitaria ante posibles repuntes del implacable COVID19. Oh Patria tan pequeña que cabes toda entera debajo de la sombra de nuestro pabellón, ese pabellón que va en cada barco que cruza las esclusas del Canal de Panamá, ese pabellón que hoy ondea en el Cerro Ancón recordándonos las vidas perdidas por causas justas. Anhelo regalarte, Patria mía, la colaboración inédita de quienes antagonizan, el trabajo sin dilación de un pueblo unido, en medio de honestidad, dignidad e integridad para orgullosamente llevarte por doquiera dentro del corazón.